Do you like Frank Ocean?*
Las historias para adolescentes están repletas de jóvenes, tímidos de coqueteo, compartiendo audífonos y enamorándose a través de una noche de verano y gustos por las mismas bandas. Durante los noventas y comienzos de los dosmiles uno de los clichés más populares era el de encontrar a tu persona siguiendo ese hilo invisible hacia el otro que también gustaba de la misma música. Jóvenes de tumblr que soñaban con su propia versión de Nick and Norah 's Infinite Playlist o God Help the Girl. Todos creíamos que el amor romántico se encontraba en la persona que más se parece a uno.
La adolescencia es la época para adoptar diferentes personalidades y es un ejercicio interesante hacer el mapa de qué tanto de lo que amamos lo encontramos intentando ser amados por otra persona. Pasamos los días probando los gustos de otros y es la música, por sobre todas las otras artes, nuestra forma de aparentar favorita. Es más rápido escuchar una canción que ver una película o leer un libro y por lo tanto podemos comenzar a hacer de cuenta que nos encanta algo mucho más rápidamente. Durante más tiempo del que me parece prudente confesar mi gusto musical fue moldeado directamente por los gustos de los hombres a los que quería impresionar. Absorber la aprobación y recomendaciones de los hombres sería la fórmula directa hacia el amor.
Ahora se nos “permite” tener una paleta de gustos mucho más amplia sin tener que sentirnos “avergonzados” al respecto. La música pop ha pasado de ser “ubicua pero banal” a “ubicua pero digna de estudio y respeto”. Artículos de los últimos cinco años se maravillan ante la forma en la que el panorama músical ha cambiado: ¡hay mujeres en las cimas de las listas musicales, las reinas del pop ahora son música clásica, todos hacen colaboraciones con todos! Hemos dado la vuelta completa, dos veces, desde ese entonces: Taylor Swift tiene un disco de folk, Selena Gómez tiene un disco de reguetón, Megan Thee Stallion es la reina del rap. Y es en este feliz, nuevo mundo musical donde he por fin descubierto qué es lo que me gusta solo para agradarme a mí misma. Sin la interacción diaria de compañeros del trabajo o las ráfagas de radio en los buses y tiendas la responsabilidad de darle forma a mi paladar musical ha recaído enteramente sobre el algoritmo. Reproducir música en la privacidad de la casa o cuarto le permite a uno tomarse el tiempo necesario para enamorarnos, o no, de un artista. Un estudio realizado por la revista Rolling Stone en 2020 demostró que, contrario a las hipótesis iniciales, muchas personas todavía escuchan álbumes completos. Incluso cuando el modelo de negocio de las plataformas de streaming musicales favorece la reproducción de sencillos, géneros como teatro musical, Hip Hop y “Alternativo” todavía tiene los índices de reproducción de álbumes completos más altos.
Aún así, no somos completamente independientes a la hora de descubrir nueva música. Sería muy inocente creer que en esta época cualquier cosa existe en una burbuja impenetrable. Todo lo que hacemos es monitoreado, anotado y procesado por algoritmos que se actualizan casi diariamente. El famoso long tail
ha sido refinado hasta convertirse en cientos de delgadas serpientes dirigidas hacia nuestro cerebro. En el 2018, la periodista Liz Pelly escribió sobre el profundo sesgo que viene con las estrategias de recomendación de los algoritmos utilizados por plataformas de reproducción de música. Las listas de reproducción de Spotify siguen siendo pobladas principalmente por artistas masculinos. Un algoritmo es solamente un amplificador haciendo eco de lo que ya alguien había decidido que era relevante.
El algoritmo de Spotify, por ejemplo, es un proceso intrincado que no solo considera los artistas que seguimos y las canciones que escuchamos completas, sino que toma estrofas y compases musicales, temas en las canciones e incluso qué otros artistas son mencionados junto a nuestros favoritos en los blogs de música. Esto añade otro tajo al sesgo ideológico de lo que las plataformas nos están presentando como “recomendaciones nuevas”. El periodismo musical, como cualquier otro ámbito de creación cultural, sólo recientemente ha comenzado a transicionar hacia una cobertura realmente diversa e inclusiva. Hace muchos años Pitchfork era un centro de verdad para los hombres diferentes que escuchaban indie; la música en español difícilmente era cubierta por ellos a no ser de que se tratara de alguna obscura banda española. Hoy día podemos encontrar reseñas de Bad Bunny y Sech en la misma página que no fue capaz de hacer reseñas de canciones de 1989 de Taylor Swift hasta que un hombre lo interpretó.
Sin embargo, mi consumo musical está guiado más por la búsqueda de placer que información y cosas como las plataformas de streaming presentan un ambiente más amplio para explorar. Una vez le pedí a un amigo que había sido descrito como un “melómano total” por varias personas que me recomendara un artista, con la indicación de que no podía ser un hombre, blanco, heterosexual. Casi 24 horas después llegó con su respuesta: Norah Jones. Me encanta Norah Jones, creo que hace música preciosa, pero no tiene ningún sentido pretender que esa fue una respuesta innovadora. Spotify, al contrario de los hombres con los que he conversado, tiene un mayor rango de galaxias musicales en las que perderme.
De vez en cuando vuelvo a escuchar Red Hot Chili Peppers u otro “rockcito” y aunque les tengo cariño todavía este cariño viene acompañado de un poco de pena por la persona que solía pretender ser. Las horas que paso en listas de Ari Lennox o Seu Jorge traen más paz porque ya nada depende de si me gusta o no. De usar la música como una herramienta roma de atracción ahora es algo más similar a una crema o aceite. Es algo que uso para volver a mi propia piel. Quizás por eso casi no me gusta recomendar música a otras personas, se siente como un secreto que no quiero soltar todavía. Un enamoramiento hacia mi propia persona que se tornaría ligeramente ridículo si se intenta explicar.